Jesús es una marica que sobrevive como puede en La Habana, con una cuidadora que se hizo cargo de él y de su hermana cuando su madre murió, muchos años después de que su padre desapareciera sin dejar rastro. Se gana algo de dinero peinando pelucas de travestis en una casa drag, haciendo chapas con turistas extranjeros y peinando a señoras de cuando en cuando, mientras evita a su hermana, que tiene pocos escrúpulos en levantarle toda la pasta que pueda. Hasta que decide hacer una audición porque también quiere actuar como travesti. Y en ese preciso momento aparece su desaparecido padre, homófobo y machista como él solo, que vuelve para volver a ser el padre que nunca ha sido y para reprimir los deseos de su hijo.
Una imagen bastante interesante desde dentro de la escena travesti cubana, con sus aspiraciones, sus formas para ganarse la vida en un contexto de bastante pobreza, el papel del turismo sexual en la isla, las tensiones entre nuevas generaciones y viejas en cuestiones como la disidencia sexual, la evolución de los personajes a la hora de manejar esto… muy interesante y muy recomendable.
Vinny y Bradford son dos buenos amigos maricones que surfean la década de los setenta en el despampanante Nueva York gay de entonces, repleto de sexo homosexual por todas partes. En esta cresta de la ola, deciden comenzar a grabar películas porno gays, y de ahí montan una productora con la que comienzan a ser todo un fenómeno en su ciudad y en buena parte del territorio estadounidense con destacadas comunidades gays.
Mediante las andanzas de Vinny, Bradford y su variado elenco de actores/amantes, junto con el resto de la órbita (clientes de cine y saunas gays, su amiga travesti, la madre de Vinny, etc.) vamos viendo un retrato bastante fidedigno de cómo vivió los setenta gran parte de la comunidad gay estadounidense, debatiéndose entre una visibilidad sin igual y un sexo desenfrenado con problemas familiares, odio interiorizado y rechazo social fruto de la homofobia imperante. Una época de oro de la historia LGTBI que precedió a una época tan dramática como fueron los ochenta, en la que estas mismas personas desaparecieron o sufrieron trágicas y reiteradas pérdidas en su entorno familiar acompañadas de diagnósticos de VIH.
La película gira en torno a la figura de Francisco Paesa, que a menudo se le cataloga solamente como espía de los servicios secretos españoles, pero que lo que fue principalmente es un embaucador, estafador y mentiroso profesional que hizo negocios con toda la calaña atroz que pudo, incluyendo obviamente el régimen franquista y su sucesor.
Paesa estuvo detrás de la misteriosa desaparición de Luis Roldán, director de la Guardia Civil nombrado en 1986 por el PSOE, que en 1994 desapareció con más de dos mil millones de pesetas, además de haber atesorado prácticamente la misma cantidad en patrimonio inmobiliario durante su cargo. Roldán fue uno de esos siniestros personajes que hizo carrera al podio de los ricos gracias al negocio de la lucha antiterrorista y de la guerra sucia contra ETA: robó principalmente del dinero de los fondos reservados, bajo los que había un halo de secretismo por cuestiones de seguridad del Estado, y principalmente porque era el dinero con el que se financiaban los mercenarios de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) y los asesinatos de militantes abertzales, el tráfico de drogas y confidentes en Euskal Herria, las operaciones de espionaje como las del propio Paesa… Por esto Roldán lo conocía y por eso lo contrató para huir. Además, Paesa también tuvo un papel en la trama de los GAL: acosó e intimidó a Blanca Balsategui, que había sido testigo de una conversación en torno a los GAL que podía incriminar en un juicio a varios de sus integrantes y fundadores
La película se lava las manos desde el principio: avisa de que es una obra de ficción. Sin embargo, lo que cuenta la película, si bien mayoritariamente no está demostrado judicialmente, fue lo que probablemente ocurrió. Y entre medias nos da una buena contextualización del momento: guerra sucia antiterrorista vinculada a cada una de las instancias estatales, niveles de corrupción por las nubes que afectan a todo el gobierno y a la familia real, los servicios secretos españoles pringados… Una crónica propia más de la novela negra policíaca que de la ficción política.
No obstante, hay datos importantes que obvia el film: la vida de Paesa no empieza únicamente con la caída del principal zulo de ETA en Francia, sino que viene de largo: tratos con dictadores militares africanos por doquier, estafas por todo el mundo, trabajos para el servicio secreto franquista (el SECED, fundado por Carrero Blanco), movimientos fraudulentos de capitales por todo el mundo… Uno de sus primeros bautizos de fuego fue a mediados de los setenta, cuando montó un banco para migrantes españoles en Suiza sabiendo que la legislación del país impedía a extranjeros fundar bancos, por lo que cerró el banco y se quedó con los ahorros de miles de trabajadores españoles que habían ido a Suiza a buscarse la vida. Esta falta de escrúpulos demuestra que el nivel de persona que era es incluso peor a lo que cuenta la película, y no nos extraña por tanto lo que finalmente hizo en el caso Roldán, ya que era su modus operandi habitual.
La película es bastante entretenida, dinámica y no deja en buen lugar al estado español a los últimos y corruptísimos años del gobierno de Felipe González. Se entrenó pocos años antes de que ambos protagonistas, Roldán y Paesa, murieran, llevándose consigo infinidad de datos que nunca sabremos sobre este caso, y que se han llevado a la tumba. En cualquier caso, mejor muertos que vivos, lamentamos que tuvieran vidas tan largas porque vivir es lo que menos merecían.
La película nos aporta el arte del cine para que recordemos uno de los mayores escándalos de la industria farmacéutica de lo que va de siglo: los medicamentos Mediator e Isoméride, de los laboratorios Servier, estaban provocando valvulopatías en el corazón que estaban matando personas. Eran medicamentos recetados a personas diabéticas y catalogadas como obesas respectivamente. Algunas de estas personas eran pacientes de Irène Frachon, neumóloga que por entonces trabajaba en el Hospital Universitario de Brest (Bretaña).
El Isoméride había sido retirado ya del mercado estadounidense en 1997 por sus nocivos efectos adversos, y aún así los laboratorios Servier no iniciaron investigaciones para comprobar la efectividad o posibles riesgos de sus comprimidos. Es más, cuando la doctora Frachon comenzó a tirar de la manta, los laboratorios Servier reaccionaron intentando tapar el asunto lo máximo posible, desacreditando públicamente a quien hablara de la toxicidad de sus medicinas, contrataron un bufete carísimo de abogados encargados de velar por la buena imagen de la empresa, y en último término denunciaron a la doctora Frachon cuando, desesperada ante la inacción de las autoridades sanitarias francesas y la lentitud del proceso en instancias médicas mientras se le morían pacientes, escribió un libro acusando al Mediator de estar detrás de las muertes.
Estamos ante uno de los casos más voluminosos demostrados judicialmente de iatrogenia -es decir, asesinato de pacientes mientras se seguían los procedimientos médicos legales y avalados por la comunidad médica-, que se cobró la vida de cientos de personas, en el que además podemos constatar que la reacción de los asesinos no obedeció a los criterios médicos de salvar vidas como principal objetivo, sino a los de enriquecerse independientemente del daño que hicieran a la salud. Si tenemos en cuenta este caso, podemos hacer una analogía muy parecida a cómo pueden estar actuando las farmacéuticas a día de hoy, con situaciones menos escandalosas o más tapadas mediática y socialmente, más aún en este contexto de aumento de la medicalización social tras el Covid-19. La cosa da cuanto menos miedo.
La película es muy interesante, tiene un ritmo muy acertado, es muy rigurosa a los acontecimientos ocurridos en la historia real -aunque evidentemente hay muchos momentos ficcionados- y consigue explicar los criterios científicos, cuestiones biomédicas y el funcionamiento de la medicina hegemónica al público ajeno a la material. Nos alegramos que la doctora Frachon haya podido vivir en vida una película que ensalza su actividad, un honor mínimo que debiera tener cualquier persona por cuyos esfuerzos se han salvado tantas vidas. Sin embargo, no es tan habitual ver estas experiencias plasmadas en el cine, quizás porque la industria farmacéutica también tiene sus tentáculos en la cinematográfica, y películas como ésta aparecen a cuentagotas.
La ruta de las ratas -el sistema de huida de Europa de destacados nazis tras su derrota en 1945- tuvo como Argentina uno de sus epicentros más destacados. Como bien destaca el film, las colonias alemanas proliferaron en el país desde el siglo XIX fruto de la inmigración alemana, pero crecieron exponencialmente con la llegada al poder de Hitler, siendo rociadas de recursos económicos insólitos con el fil de afianzar el credo nacional-socialista fuera de la propia Europa, y probablemente por fines imperialistas que tenía el III Reich más allá del propio continente.
Así pues, Argentina fue punto de llegada predilecto para nazis destacados que eran buscados por sus crímenes contra la humanidad, y entre ellos se encontraba uno de los principales objetivos del Mossad, de la judicatura de la República Federal Alemana y de cazanazis judíos como Simon Wiesenthal: el doctor Josef Mengele. Miembro de las SS, entre 1943 y 1945 fue el médico-jefe del campo de concentración y exterminio de Auschwitz, lo que le dio carta blanca para experimentar con miles de personas, principalmente de origen judío.
Tras divagar por varias direcciones dentro de Buenos Aires y por algunas localidades argentinas, en 1960 dio con sus pies en Bariloche, plena Patagonia argentina, donde lo acogió la escuela alemana allí fundada en tiempos del III Reich. En este punto comienza el film, que nos tralada la vida del médico nazi a cómo afecta a una familia recién llegada a la comunidad patagónica, fruto de que la madre fue criada en su comunidad alemana. Una de las protagonistas es Lilith, una niña de 12 años con un retraso en el crecimiento. Y con este marco la película nos habla de los experimentos que Mengele continuó desde los lugares donde estuvo escondido, que siguieron teniendo como principal objeto de estudio a mujeres embarazadas, niñes pequeñes y gemelos, con el apoyo habitual de nazis o filo-nazis de las comunidades germánicas. Todos estos elementos fueron los que permitieron que Mengele prosiguiera su vida, y la película los narra dramatizados. También el momento en que estuvo a poco de ser detenido, aunque no fue como aparece en la película: la pensión donde estaba alojado tenía también hospedado a un grupo excursionista de judíos sionistas, entre quienes parecía estar la espía del Mossad Nora Eldodt, que apareció asesinada en un monte cercano durante la huida de Mengele de Bariloche, alertado por los excursionistas y por la captura en Buenos Aires de Adolf Eichmann. Moriría en 1979 en la costa brasileña, ahogado en el agua tras sufrir un infarto.
La película es entretenida y, pese a tratarse de ficción, tiene mucho de realidad. Muy recomendable.
Un vídeo se viraliza en Francia en el que se ve a unos hombres vestidos de policías dándole una paliza a un adolescente argelino de la que no sobrevive. Es la chispa que enciende la llama de una revuelta gigantesca en los ghetos franceses, protagonizada principalmente por la comunidad árabe. Athena es uno de esos distritos marginales, conocidos en Francia como banlieue, en este caso una conurbación ficticia de París cuyo origen, como el de la gran mayoría de estos, es alojar en bloques altos, separados del resto y bajo unas condiciones estructurales lamentables a las familias que migraban de las excolonias francesas en los sesenta y setenta, que ha provocado a día de hoy una segregación social que tiene pocos homólogos en la Europa actual.
La primera mitad de la película es básicamente espectacular, y nos coloca en una situación muy tensa y muy real al describir una revuelta en una de estas banlieues: un grupo de jóvenes asalta una comisaría y roba material antidisturbios a la vez que la prende fuego. Y lo hace en mitad de una rueda de prensa apagafuegos en la que la policía coloca a uno de los hermanos del asesinado, militar recién llegado de Mali -donde durante años Francia ha estado reprimiendo protestas anticoloniales que buscaban excluirla del expolio de materiales primas que lleva décadas haciendo en el país, hasta que recientemente por fin ha sido expulsada- y miembro de la comunidad musulmana del edificio. Mientras llama a la calma, un cóctel molotov impacta en la puerta de la comisaría y empieza el asalto, lo cual es la señal para iniciar el asalto, con todas las cámaras delante y dando el mensaje de que no todo el mundo está dispuesto a mantener la calma.
Además, uno de los que participa en el asalto es también hermano del joven asesinado. Y hay un tercer hermano que es uno de los que dirige la venta de drogas en el barrio, y está indignado con la revuelta porque le jode el negocio y daña sus estrechos vínculos con la brigada criminal de la policía, a la que tiene más que untada. Cada hermano representa una postura dentro de los ghettos raciales franceses: Karim es la lucha contra la policía y el régimen que les condena a vidas de miseria y a sufrir periódicamente violencial y asesinatos de su parte; Abdel reproduce el papel de apagafuegos que poseen muchas asociaciones musulmanas de los ghetos, a menudos beneficiadas por subvenciones de la administración y que tienen contacto directo con las fuerzas represivas, sirviendo como dique de contención de las revueltas -este tema ya aparece muy bien explicado en Los Miserables (Ladj Ly, 2019)-, además de que es militar y colabora estrechamente con la policía; y Mokhtar, que defiende únicamente sus intereses económicos, le importa una mierda que la droga que vende esté matando a su vecindario, y aunque comparte con él sus orígenes raciales y culturales, sus acciones benefician más a quienes invaden su barrio y asesinan y golpean a su población. Como el narcotráfico en general, vamos.
Junto a todo esto, salen otros temas igual de esenciales: el papel intoxicador de los medios de comunicación, que se dedican a quitarle peso al asesinato para beneficiar a la policía y a justificar sus intervenciones contra la población sublevada; el fantasma permanente de la ultraderecha que pretende asustar a la población sublevada para que deje de quemar cosas, porque esto la beneficiará, la alentará y luego será peor; la marginalidad a la que son relegados en estos barrios por parte de todo el mundo los yihadistas, el eterno papel represivo de la policía y su incapacidad por resolver los conflictos de una forma diferente al asalto militar…
Además, el rodaje es frenético, los largos planos secuencia son loquísimos y las escenas de disturbios son pura pornografía de revuelta, con cohetes lloviendo todo el tiempo y policías sufriendo las consecuencias de sus actos. No obstante, el trato de algunas situaciones no nos ha gustado mucho, y hacia la segunda mitad la historia se enrevesa, se torna confusa y hay un giro de los acontecimientos que es muy interesante, pero que se desarrolla de una manera algo extraña. No obstante, muchos de los mensajes citados anteriormente quedan bastante expuestos a pesar de esto. Muy recomendable de ver.
ALERTA SPOILER SI SIGUES LEYENDO
Normalmente no avanzamos hasta el final de la película en ese blog, pero en este caso nos ha parecido que era necesario. Durante toda la película escuchamos que la policía dice que ha sido un grupo de extrema derecha, y como es lógico nadie se lo cree, ni protagonistas ni audiencia, puesto que las personas de los banlieues de la vida real ni gran parte del público cree a la policía ni a los medios de comunicación, se conocen bastante los vínculos entre ultraderecha y policía, y la estrategia de usar al neonazismo como forma de desmovilización está a la orden del día en la Europa de los últimos cincuenta años. Pero en los últimos minutos del film, en una especie de epílogo, vemos cómo en realidad los asesinos del joven son unos nazis disfrazados de policía.
Le hemos dado muchas vueltas a este final y aún no tenemos conclusión. De primeras no nos gustó, aunque tememos que no nos guste porque necesitemos películas rígidas con cada personaje en su sitio y ultraestereotipadas, y nos encanta que la policía quede reflejada en el cine como la basura que es, y nos deprime cualquier concesión que se le dé, porque estas representaciones nos afectan luego en el día a día de nuestras vidas, en especial a quienes pertenecen a sectores habitualmente acosados por gentes de uniforme. Pero la verdad es que no es sólo esto: es un final que no se corresponde con la realidad francesa de los últimos años, en los que desde que en 2017 se aprobó una ley que permite a la policía disparar en caso de huida, ha habido unos 20 asesinatos de jóvenes racializados, y varios de ellos grabados por gente que estaba en la zona. Ninguno ha sido por parte de la ultraderecha para culpar a la policía, porque básicamente no es necesario: si es cierto que tienen una agenda de tensión, como la han intentado imponer durante la última revuelta, no necesitan cometer ellos los asesinatos, ya lo hacen encantados los policías, que muchas veces comparten ideología fascista.
Por todo esto, no nos gusta este final tan “disruptivo”, por ponerle una palabra: bien es cierto que nos deja la reflexión de que las cosas en Francia son tales que nadie cree ni a policía ni a poder mediático aunque estén diciendo la verdad, también puede suponer invalidar toda la lucha que aparece en el film y llevar a la conclusión de que la policía no era tan mala porque decía la verdad. Nos resuelta bastante impactante que acabe así una película estrenada en 2022, cuando parte de esas dos decenas de asesinatos se habían cometido, además de los otros tantos que llevan provocando revueltas en las banlieue desde los años ochenta, incluso antes en otros barrios (como la masacre de ciudadanos de origen argelino en el Barrio Latino en 1961, o un año después frente al metro de Charonne, ambas en París y a manos de la policía). La película se rueda con el asesinato de Adama Traoré ya ocurrido en 2016, con las gigantescas movilizaciones que ha seguido habiendo en los siguientes años y que se han permeado con otras movilizaciones por asesinatos policiales de gente racializada -como la última de Nahel, ocurrida tres semanas antes del séptimo aniversario del asesinato de Adama Traoré- o con lo chalecos amarillos y otros movimientos sociales francesas. Este crimen también provocó una ola de revueltas históricas en el país galo, y tras la gigantesca revuelta un año después por el asesinato de Nahel, a raíz de un vídeo donde policías matan a un joven racializado, sentando unas similitudes impresionantes con el film, vemos cómo este final ha envejecido muy mal.
No obstante, a pesar de toda esta crítica, nos sigue pareciendo recomendable y digna de ver.
Pocas películas sobre la Gran Guerra de entonces pusieron a la soldadesca en un plano de tanto protagonismo como este film de claro contenido antimilitarista. La película está ambientada en el verano-otoño de 1918, cuando las líneas alemanas del frente occidental se desmoronaron. Y muestra cómo lo viven cuatro soldados alemanes recientemente incorporados al frente, amigos desde pequeños, que llegan frescos y con ilusión y acaban sufriendo un calvario de muchísima hambre en el frente pero especialmente entre sus seres queridos de la retaguardia, material insuficiente, inferioridad tecnológica y mandos militares carentes de empatía.
La película contradice directamente la narrativa impulsada por el conservadurismo alemán y por el Partido Nazi sobre que la guerra terminó porque los marxistas traicionaron a la nación y se rindieron, obviando que el ejército alemán estaba perdiendo escalonadamente la guerra ante un desgaste generalizado de su intendencia y armamento, unas pérdidas escandalosas sin posibilidad de repuestos, y frente a un enemigo fresco reforzado por la llegada del ejército estadounidense. Por esto y por su mensaje antibelicista esta película terminó siendo prohibida en 1937, y el propio Ministro de Propaganda nazi Goebbels la calificó de “cobardemente derrotista”. G. W. Pabst, que fue un prolijo cineasta y un genio del séptimo arte por entonces, fue además una persona que nunca ocultó en su obra cinematográfica sus ideas de izquierda, por lo que para entonces se hallaba exiliado. Al declarar Francia la guerra al III Reich, en 1939 fue deportado por ser alemán, y Goebbels lo chantajeó para hacer cine para el Reich o la muerte, mientras el régimen nazi lo instrumentalizaba de cara al exterior mostrándolo prueba de que había libertad de expresión. Por suerte sobrevivió a la guerra y dejó unas pocas películas más antes de su fallecimiento.
Un grupo de jóvenes se enrola en el ejército francés al poco de empezar la Primera Guerra Mundial. Llegan frescos al frente poco después de la batalla de El Marne, primer revés militar que detiene el avance del ejército alemán, y pasan a engrosar la guerra de trincheras, donde sufren unas situaciones extremadamente duras que les va haciendo caer en combate uno a uno.
La película, basada en el libro homónimo aparecido al año siguiente del armisticio (1919), nos muestra encarnizadamente y con los medios del cine de entonces la extrema dureza de este conflicto bélico. Desde la intencionalidad de hacer más un homenaje a los caídos en el frente que plasmar un mensaje manifiestamente antimilitarista, la crudeza con la que se exhibe la guerra y escenas como la de los soldados siendo convertidos en cruces de tumbas, cargando con ellas o defendiendo un cementerio de forma suicidad, acabaron dando en la audiencia un mensaje antimilitarista. Algo que entendió la extrema derecha nacionalista francesa, que se dedicó a criticar la película y acosar a sus actores. Los cuatro protagonistas principales eran veteranos de guerra reales: Charles Vanel, el que parece más o menos el protagonista, fue acosado por la ultraderecha por haber estado diez meses en el frente, a pesar de que le quedaron secuelas psicológicas. Pero también fue acosado el actor Raymond Aimos, que tiene un papel bastante importante, a pesar de que estuvo los cuatro años en el frente y fue condecorado en la crudelísima batalla de Verdún. Quizás su manifiesta postura de izquierdas tuviera algo que ver.
Hay escenas muy impactantes que nos preguntamos cómo pudieron rodarlas sin efectos especiales, hay momentos de tensión muy angustiosos y hay un clima permanente de ruido, escenas inestables y juegos de cámara que pretenden generar incomodidad y horror en el público, para que se haga una mínima idea de lo que fue todo aquello.
Esta película de fantasía y mitología vasca se basa en la leyenda de Iñigo Arista, considerado primer rey vasco de la historia en términos modernos, aunque que fuera rey de un reino está sometido a debate a día de hoy. La historia aparece mezclada con elementos propios de la mitología vasca, como las lamias (mujeres con pies de diversos animales, aunque en la película son más bien de aves) o la diosa Mari, tan poderosa como en la propia mitología, que además de afianzar el mito del matriarcado vasco ha sido referente para gran parte del feminismo vasco.
Comenzamos el film con la batalla de Roncesvalles, donde un grupo de vascones emboscó a la retaguardia del ejército de Carlomagno, bajo el mando de Roldán, familiar del futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Y la acabamos con la coronación como rey de Pamplona de Iñigo Arista, a inicios del siglo IX. Junto a otros elementos históricos tenemos una visión de lo que la historiografía ha denominado “reconquista” que de cruzada cristiana contra los infieles musulmanes tiene bien poco, como ocurrió en la realidad, en especial en latitudes como la de Euskal Herria: hay un intento independentista del Califato por parte de la familia Banu Qasi que cuenta con alianzas vasconas, hay enfrentamientos entre cristianos más que contra otras religiones, hay fanatismo católico que deshabilita e invalida las creencias históricas del pueblo vascón… El proceso de aculturación del cristianismo sobre las creencias históricas vasconas queda bastante bien plasmado, así como los motivos por lo que ocurre, naciendo un contexto en el que mayoritariamente la fe cristiana tendrá mayor preponderancia. Pero nos ha resultado bastante interesante que algunos de los personajes más odiosos del largometraje son defensores a ultranza de la fe vaticana.
Además, es un producto cultural muy entretenido, que hace una incursión en la mitología vasca jamás visto anteriormente en la historia del cine español… en general se hace referencia a mitologías de los pueblos “civilizados” que colonizaron la península, como el panteón romano, o el griego -por no incluir al cristianismo en ellas, ya que lo trajo el Bajo Imperio Romano-, cuando ha habido mitologías muy destacadas y muy interesantes en la península antes y al margen de la dominación cristiana, de las que a día de hoy sabemos bastantes cosas gracias a los estudios que han proliferado al respecto en el último siglo y medio.
Los Apaches son una hooliganada ficticia del Nápoles, y los protagonistas de la película son tres generaciones de integrantes de ésta. Sandro se encuentra entre sus veteranos, lleva treinta años en la afición y tenía dos hijos adolescentes, Sasa y Angelo, que serían la generación más joven. Pero Sasa murió a menos de los ultras del Roma unos años antes, y en la actualidad se debate entre la moderación y la estrategia que proponen Sandro y el resto de veteranos, o de las soflamas enardecidas que propone la generación intermedia, entre cuyas propuestas abundan propuestas suicidas y poco pensadas. Entre medias, Sandro ha conocido a una mujer con la que le gusta estar, pero todo a su alrededor le impide ejercer de novio -junto con que es un machista de mierda, lo cual a poca gente le sorprenderá viniendo de un ultra futbolero- porque su pasado y presente en los Apaches está en todo momento presente.
Algo que tiene la película y que merece mucho mencionar es la excelente ambientación que hace del mundo ‘ultra’. No sólo a nivel estético y performativo, que también, sino y muy especialmente a nivel discursivo. Los momentos de tensión y de apasionados discursos nos sitúan dentro de la psique hooligan como pocos productos culturales previos han conseguido: los llamados a la unidad, la mentalidad corporativista, la necesidad del enemigo, las luchas de poder, los cánticos como recurso para paliar conflictos internos y aislar a quien no es de la propia afición, las llamadas a anteponer al club deportivo por encima de la vida personal, afectivo sexual y de cualquier otra cosa, o las referencias al honor y a la lealtad. Junto todo ello con una gala de la masculinidad más hegemónicamente tóxica posible, con vejaciones y objetificaciones a las mujeres, apelaciones a ser cobarde y marica si no se quiere hacer algo arriesgado, la total ausencia de féminas en la hooliganada, los malos tratos internos como forma de marcar o reducir jerarquía… Todo expuesto de una manera muy clara y muy realista.
Por cierto, nos resulta repugnante que la comercialización de la película en el Reino de España aya sido bajo el nombre “Hooligans radicales”, como si “ultras” no significara lo mismo en ambos estados actualmente. La expresión “radicales” seguida de una palabra que por sí sola ya se hubiera acercado más al título original y hubiera vendido suficiente, nos recuerda más bien a esas narrativas de mierda a las que politicuchos y medios de comunicación al servicio de monopolios mediáticos nos tienen acostumbradas, cuando equiparan a un mejunje a menudo irreconciliable entre sí (fascista, nazis, ultras del fútbol, heavys, punks, skinheads, antifacistas, anarquistas, comunistas, etc) como “radicales” para hacer parecer a todo el mundo igual y quitarles el componente político. Por ello hemos preferido mantener su nombre original en la reseña.