El pobrismo Juan Pérez termina una jornada más como alcohólico sin techo borracho encima de un edificio en el que ese mismo día una cumbre aseguraba que en México se había eliminado la pobreza. La prensa, en especial la contraria al gobierno, toma el hecho como un intento de suicidio en protesta por estas declaraciones, en un país donde 60 millones de personas dependen de las ayudas del estado y la beneficiencia por vivir por debajo del umbral de la pobreza. Y el ministerio de Economía, en pleno descrédito, decide tomar cartas sobre el asunto.
Tras esto la historia discurre entre intrigas políticas, clasismo, instrumentalización, disputas entre la élite y mucha aporofobia. De nuevo Estrada nos coloca futuros cercanos distópicos en los que todo es más desgarrador todavía de lo que ya es en la actualidad del momento, futuros a los que no es tan difícil llegar. Combinados con mucha crítica política y bizarradas muy tremendas.
Son finales de los años 40 y la Revolución Mexicana está más que asentada. Tanto, que el PRI, el Partido Revolucionario Institucional, lleva años ya en el gobierno de la nación (y los que le quedan, lo cual sitúa la crítica de la película en la misma actualidad en la que se realizó). Juan Vargas llega a un pueblo en el que varios alcaldes han resultado muertos a manos de la población. Lo envía el gobernador con el fin de poner orden. Y eso va a intentar en un principio, pero las redes clientelares, la corrupción, el tráfico de influencias, los pactos imposibles con los EEUU (de los que es alegoría el ciudadano estadounidense que deambula por la zona) y los sobornos están tan a la orden, y van tan desde arriba hacia abajo, que cuesta no caer en las mismas dinámicas que el resto de antecesores y que los propios superiores.
Este es el argumento principal, pero entre medias nos encontramos una cantidad infinita de situaciones concretas relacionadas con este hecho, que condicionan la vida de los personajes de una manera muy similar a lo que podía ocurrir en el México de aquellos años, y en el del último siglo en general. Lo que queremos rescatar entre otros muchos aciertos máximos es la transformación del personaje principal, de ser un intento de alcalde honrado a un corrupto sin escrúpulo alguno, una transformación paso a paso, paulatina y en la que las fases intermedias vienen tremendamente descritas por el ritmo de la película, el cual, como buena película de Luis Estrada, se acelera cada vez más según se acerca el final, un final que, como en casi todas sus películas, premia a la gentuza y la gente de abajo sigue igual de jodida que al inicio del largometraje.
Tuvo un intento de censura fallido parado por el público, hastiado del gobierno del PRI y deseoso de ver una película que lo criticara. El año siguiente había elecciones, y siempre se ha dicho que esta película tuvo que ver con que el PRI comenzara a ser desbancado de la política formal, aunque a día de hoy sigue manteniendo un poder implacable a nivel federal y en bastantes estados.
A raíz de unas declaraciones horrorosas que terminaron filtrándose del presidente de México, la prensa consigue desviar la atención sacando al gobernador del Estado de Durango, Carmelo Vargas –que comparte apellido e intérprete con el corrupto protagonista de La Ley de Herodes, casualmente-, recibiendo sobornos gigantescos del narcotráfico. Para capear esta crisis, el gobernador contrata a la empresa que gestiona la cadena televisiva para que mejore su imagen, originándose una historia architruculenta que deja bien a la vista los entresijos de la manipulación mediática a manos del cuarto poder: mentiras, tergiversaciones, montajes descarados, anulación de noticias importantes, conveniencia con otros poderes fácticos (en este caso, el narcotráfico), absoluta parcialidad a la hora de hablar de cualquier tema, y la desviación del contenido a un lado u a otro según quién pague más.
Una película sórdida como la vida misma, que advierte de las consecuencias directas de la corrupción política y de la lamentabilidad de la prensa que nos puede llevar, como ya ocurre, a dictaduras invisibilizadas de carácter terrorista y muy autoritario. Como se advierte el inicio del largometraje, cualquier coincidencia con la realidad NO es mera coincidencia.
En el contexto de la Revolución Mexicana y de la situación social que generó, con una proliferación del pillaje y el robo en el mundo rural, un grupo de niños huidos y supervivientes forma una banda de bandidos para seguir adelante. Durante años burlan al ejército y a otros bandidos, que los menosprecian por su edad reiterativamente.
Una buena pieza de esas que tienen niños como protagonistas que funcionan como cualquier otro ser humano, sin los prejuicios edadistas habituales. Y un buen fresco de las infinitas realidades que dieron en el México de aquellos años. Recomendable.
Ron es un joven que ingresa en la la policía de Colorado, convirtiéndose en el primer negro del cuerpo. Tras mandarle tediosas tareas de archivo e infiltrarse en los pujantes Panteras Negras de la zona, comienza a indagar sobre el Ku Klux Klan de la zona. Finalmente protagonizaría una de las principales operaciones policiales encubiertas contra la ‘Organización’ de la historia de los EEUU.
A través de este argumento, nos encontramos una contextualización política muy buena de las cuestiones raciales de entonces: los mitines de grupos afines a Panteras Negras, el acoso policial a estos grupos (y al propio protagonista, pese a ser también él policía), los discursos y prácticas del KKK, las diversas tendencias, los rituales, la forma de presentarse ante el público, los habituales carteles de la reelección de Nixon en sus mítines… Y bastantes momentos bien encajados con el guion sobre historia, historia negra e historia del Klan, además de bastantes momentos frikis de la historia del cine, tanto de películas que redundaron en el supremacismo blanco (incluyendo, por cierto, la famosísima Lo que el viento se llevó) como las primeras que comenzaban a tener protagonistas negros heroicos.
El final no puede ser tras apropiado: tras hablarte del Klan en lo setenta con trazos documentados de realidad, termina con los disturbios de Charlottesville, Virginia, en el verano de 2017, durante un acto del Klan y otras organizaciones de ultraderecha en protesta por la retirada de una estatua del general confederado Robert E. Lee, donde un neonazi atropelló con su coche a varias personas, entre ellas a la joven Heather Heyer, la cual no sobrevivió. En el acto del KKK estaba David Duke, Gran Mago de la ‘Organización’ en la franja temporal que cubre la película, y había también un presidente de los EEUU que condenaba a los grupos de liberación negra. Una buena comparativa con el presente que nos demuestra que los hechos narrados en las películas tienen mucho que ver con la realidad del momento en el que se hacen, es decir, lo que queremos con este blog.
Hans Litten era un abogado liberal de familia pudiente, madre católica y padre judío convertido al catolicismo, que en la agitada República de Weimar dirigió un despacho que principalmente cogía casos del Partido Comunista y de la Acción Antifascista. Al contrario que la mayoría de liberales de la época y de miembros de la clase alta, entendió el alcance negativo que podía tener para todo el mundo, incluyéndole a él por sus orígenes judío, el ascenso e hipotético acceso al poder del NSDAP , que en las elecciones de 1930 había obtenido 107 escaños en el Reichstag. Con la complicidad de buena parte del poder judicial, de la policía y del ejército, los ‘camisas pardas, las S.A., sembraban el terror en los barrios obreros y entre los militantes marxistas en una estrategia promovida por las jerarquías del partido, incluyendo al propio Adolf Hitler. Tras el último asalto con muertos liderados por las S.A. contra un centro antifascista, Litten toma el caso y decide llamar al estrado como testigo al propio Hitler, presentando pruebas impresas y testimoniales de que el Führer ha cometido perjurio al afirmar ante un tribunal seis meses antes que su partido condena la violencia y no la alienta.
Así pues, Litten pasaría a la Historia como el abogado que puso nervioso e histérico a Hitler en un tribunal, aunque la cosa no le salió bien, como podemos imaginar teniendo en cuenta de que un año y medio después era el Canciller de Alemania, y no mucho más tarde el Líder del III Reich. Sin embargo, podemos aprender mucho de esta película y del esfuerzo de Litten por frenar el nazismo alemán: la guerra en la calle que había desatada entre antifascistas y nazis en el Berlín de entonces, los conflictos internos dentro del NSDAP y la forma de explotarlos en beneficio del antifascismo, la estructura de partido legal combinada con grupos paramilitares en la calle a la vez que se reciben fondos permanentes desde una alta burguesía y una aristocracia inquietas ante la violencia y la rudeza barriobajera de las camisas pardas… Y, en especial, un buen aprendizaje lo encontramos en la lamentable obra de teatro que tiene lugar en el juicio: llevar a los nazis a unos tribunales compuestos por funcionarios que consideraban mayoritariamente que Hitler podía ser, o bien instrumentalizado por los conservadores para sus propio fines, o bien usado para acabar con las fuerzas sediciosas de izquierdas y reinstaurar el orden. Si algo nos demuestra la historia, es que para acabar con el fascismo no podemos consentir que nuestra estrategia dependa en un porcentaje demasiado elevado de las actuaciones del estado. Y esta enseñanza es muy valiosa a día de hoy, con unos nuevos fascismos pujantes y unas viejas enseñanzas antifascistas que parecen perderse entre la desmemoria propia de las sociedades capitalistas individualistas.
Por lo demás, una ambientación impecable, una contextualización política muy lograda y en general muy recomendable.
Acostumbrades a ver películas sobre hechos históricos traumáticos que provocaron personas de ideas y prácticas muy concretas representados bajo el mito de la reconciliación nacional de las “dos Españas”, esta película nos ha impresionado notablemente. Porque no sólo no reproduce ese mito, sino que, y puede que principalmente por no caer en ese sofisma, estamos ante una pieza cinematográfica que ha tenido un cuidado extremo por representar la llamada ‘Masacre de Vitoria’ de la forma más fidedigna que ha podido. Colocando una historia ficticia en el centro de la trama que, lejos de ser el típico drama amoroso hollywoodiense, contribuye a entender mejor el clima político y social de la época en la cuestión sindical y en ciertas esferas de la político.
Para quien no lo sepa, el 3 de marzo de 1976 una asamblea obrera convocada en una parroquia de Gasteiz durante una huelga general convocada al margen del sindicato vertical franquista por los sindicatos de izquierda y los partidos políticos fue violentamente desalojada por la Policía Armada. La enorme masificación de huelguistas y simpatizantes, las órdenes del Ministerio de Interior (en la película no se especifica, pero era su ministro el ‘demócrata de toda la vida’ Manuel Fraga Iribarne) y del gobernador civil de parar aquel movimiento como fuera, y la perfidia de los ‘grises’ provocaron un centenar de heridos (registrados; seguramente hubo más que no fueron a centros médicos por miedo), la mitad por balas de plomo, y cinco obreros muertos a tiros, tres en el acto y otros dos en los días posteriores. Como se afirma al final del largometraje, nadie a día de hoy ha pedido disculpas a la víctimas de la matanza, ni se ha responsabilizado a nadie, ni se ha juzgado a nadie, pues la Ley de Amnistía de 1977 se preocupó de dejar impunes para el resto de la historia a los perpetradores de este crimen y de muchos más.
Entre los temas que aparecen en la película bien retratados, nos encontramos la reproducción de asambleas masivas, los conflictos con los partidos que intentan moderar el asunto, la represión cotidiana en forma de arrestos, prisión y torturas, la actitud de la patronal, la descarada manipulación mediática -en este caso, en una radio local-, e incluso el incipiente feminismo aparece, demandando iguales salarios y anticonceptivos. Nos ha faltado el tema nacional, pues no hay que olvidar que la cuestión vasca era un elemento importante de la lucha social de entonces, y también estaba imbricada en la obrera, que aunque se descartara a partidos y sindicatos, muchos grupos y militantes obreros simpatizaban con la independencia de Euskal Herria -no en vano de aquí surgieron bastantes comandos armados, algunos de los cuales cristalizaron en los Comandos Autónomos Anticapitalistas, que también luchaban por la emancipación nacional- y el euskera no está apenas presente. No hay que olvidar de que la inusitada represión desarrollada en Vitoria tenía mucho que ver con la resistencia que la región llevaba confrontando al régimen en la última década, y que fue una represión con una dureza permanente durante las siguientes décadas contra cualquier expresión de descontento social, fuera de carácter nacional o no. Un año después, en la semana pro amnistía, la policía mató a otras seis personas más, por ejemplo.
En resumen, una película muy fidedigna, a nivel histórico se ha ganado un diez sobre diez, con una intercalación entre las imágenes y audios reales y los de la película completamente impecable, de visionado obligatorio para que no se olvide nunca lo que pasó en Vitoria en aquella funesta fecha, pues tiene consecuencias directas en la actualidad. Porque, como afirma la oración con la que acaba la película, “muchas de las reivindicaciones de 1976 continúan más actuales que nunca”.
Si conocemos un poco la historia del estado español de las últimas décadas, no es extraño que no se haya hecho una película sobre uno de los hechos militares más conocidos de la historia europea hasta casi 80 años de que tuviera lugar. Como bien se avisa al final del film, el gobierno español aún no ha pedido disculpas por el bombardeo sobre Gernika y la masacre civil que produjo, puesto que la versión oficial, desmentida por infinidad de historiadores y documentos oficiales, fue que la Legión Cóndor alemana, actuando por su cuenta, ordenó y ejecutó el bombardeo, cuando es bien sabido que lo hizo bajo una orden del alto mando franquista.
Este punto queda bien explicado en la película, lo cual nos alegra mucho, porque cuando empezamos a verla temíamos que no fuera así. Y también quedan muy bien explicadas unas cuantas cosas más, como el papel de la prensa en el hecho -aunque podían haber profundizado más-, el tipo de explosivos empleados, las diversas pasadas -incluida la realizada por aviones italianos-, el ametrallamiento de la población civil, el uso del bombardeo como experimento de cara a los futuros bombardeos de la Segunda Guerra Mundial -pocas semanas después de ser arrasada, Gernika caería en manos fascistas, momento en el cual los nazis pudieron estudiar los daños que produjo su actuación- y hay que reconocer que la ambientación histórica de Bilbao y de Gernika está muy bien lograda.
Sin embargo, consideramos que el bombardeo sobre Gernika es ya de por sí un hecho suficientemente fuerte como para que no hiciera falta colocar un drama amoroso ficticio en mitad de la película que no aporta nada a nivel histórico ni político, como mucho vuelve la película más atractiva para un público simplón e ignorante, cuando probablemente el público que quiera ver esta película mayoritariamente no sea ni una cosa ni otra. Vamos a obviar los fallos de guion que hay, que no son pocos, y vamos a centrarnos en algunos fallos históricos. Por ejemplo, el consulado soviético en Bilbao no era tan fuerte ni tan activo como aparece en la película, y probablemente tendrían alguna checa en la ciudad y no serían los únicos, pero ¿en Gernika? Venga ya, eso es absurdo, un golpe de guion para colocar a los protas en la ciudad durante el bombardeo, y para colocar a los soviéticos de malos malísimos en un contexto geográfico en el que no tenían prácticamente poder si lo comparamos con el que tenían en Madrid o Barcelona. Empezando porque las armas rusas no llegaban a la franja cantábrica leal a la República. Y luego hay otros detalles, como que los soldados del Eusko Gudarostea y la Ertzaña lleven el mismo uniforme, o que en una conversación una de las protas, en vez de decir que es republicana, diga que es “demócrata”. Esto es hacer presentismo. Sin obviar que hubo narrativas hegemónicas ya en el momento en las que se planteaba el conflicto entre democracia y fascismo, lo cierto es que esta forma de autodefinirse es más propia del día de hoy que de la guerra civil.
Y como último apunte y para no alargarnos, la verdad es que hubiera estado muy bien que la película siguiera un poco más después del bombardeo, y no acabe prácticamente justo después, obviando sucesos muy interesantes que pasaron después: el baile de cifras, las tareas de sacar a gente viva y muerta de los escombros, los cientos de heridos, la llegada de medio gobierno vasco a la ciudad y de absolutamente todos los corresponsales de prensa, y el parte oficial del gobierno de Burgos, acusando a lo “dinamiteros asturianos” de haber volado Gernika.
Aún así, es una película entretenida, bastante bien hecha, y el mayor mérito que tiene es haber logrado una ambientación bastante próxima al contexto que se vivió en aquellos días en Vizcaya, aunque obviando bastantes cosas que no habría estado de más citar (el gobierno del PNV, los piques con el ejército republicano, las apenas retratadas milicias…). En general, recomendable.
Después de empezar a ver esta serie con todos los prejuicios que pudo generar la lamentable película sobre el cómic que se hizo hace años, reconocemos en este blog que estamos ante una serie estupenda y muy recomendable de ver. Por un lado, porque quienes admiramos las obras de Alan Moore no podemos decir que no se haya seguido al pie de la letra la historia del cómic. Parece que lo han usado como una Biblia para hacer esta estupenda sucesión de los hechos que se narran en el cómic 30 años después. De verdad, se merecen un 10 por este punto. Y para rizar el rizo, han sabido plasmar también -razón por la que la serie está en este blog- el punto político crítico que caracteriza a este cómic y a todos los del autor, en este caso colocando el racismo como el tema prácticamente principal de la serie. De hecho, la serie tiene el mérito de haber rescatado uno de los hechos más traumáticos de la historia del racismo en EEUU, que estaba ya cayendo en el olvido: la masacre que supremacistas blancos perpetraron en el distrito negro de Tulsa, Oklahoma, en 1921. Con este hecho empieza la serie, y en la ciudad se desarrolla la mayor parte de la serie, donde sigue hablando conflictos con fascistas y racistas organizados con sus eternos contactos con las instituciones. Esto añadido a la situación de política exterior en alianza entre la URSS y EEUU, a la colonización de Vietnam e integración del mismo como un estado más de EEUU, y a las secuelas que siguen vigentes por el desastre que tiene lugar en Nueva York al final del cómic. Los protagonistas supervivientes del cómic siguen en la historia, pero con 30 años más, se añaden algunos nuevos que encajan bien con la historia, y como colofón máximo, se cuenta la vida de Justicia Enmascarada, el misterioso iniciador de las generaciones de superhéroes, cuya identidad genera enormes sorpresas que nos ahorraremos para no hacer spoiler, pero que son brutalísimas.
En resumen, si habéis leído Watchmen y os encantó, disfrutaréis esta serie como se merece. Y si no, leedlo y ved la serie, porque merece muchísimo verla. Muy recomendable.
También difundida como La década que estremeció al mundo, en alusión a la novela que escribió el protagonista sobre los diez días más intensos de la Revolución de Octubre. En 1911 John Reed fue enviado por los principales periódicos de EEUU a la frontera con México, que por entonces estaba en uno de los momentos más complicados de la Revolución que llevaba ya años en curso. Emiliano Zapata en el sur y Pancho Villa en el norte eran las principales fuerzas guerrilleras de oposición contra la dictadura militar impuesta por el general Huerta en todos los estados federales de México, con el fin de mantener a la clase política en sus tronos tras el desequilibrio de sus privilegios generado con la caída del dictador Porfirio Díaz en 1910. Quien sería años más tarde conocido por su detallado relato de la Revolución Soviética, acabó un tiempo antes en mitad de encarnizados combates entre la guerrilla y el ejército federal, a la espera de conseguir una entrevista con Villa. Ya venía de un compromiso bastante claro con la clase obrera y contra las injusticias sociales desde sus artículos de prensa y desde el partido socialista, del cual se escindiría por su falta de apoyo orgánico al triunfo bolchevique.
La película nos sitúa de una manera bastante vital y detallada dentro de la vida de la guerrilla, con sus momentos de disfrute, sus bromas, sus combates y los momentos de pasarlo mal. El machismo es algo que queda bastante claro en este film que ha tenido el acierto de colocar a dos mujeres en papeles bastante importantes de la película -lo cual tiene cierto mérito al tratarse de una película de 1982-. Quizás falta algo más de política, pero no cabe ninguna duda de que la lucha guerrillera era más que legítima, lo cual John Reed dejó latente con su pluma.
Además de todo esto, los combates son bastante espectaculares, utilizando una cantidad gigante de recursos y extras. Y, a pesar del protagonismo indudable de Reed y su búsqueda de entrevistar a Villa, la película deja bastante latente la importancia de Zapata en todo el conflicto, al cual otorga una importancia a la altura del resto de personajes secundarios.